Entre los demonios que se oponen a la práctica de las virtudes, los primeros que adoptan una actitud de guerra son aquellos que ostentan las pasiones por el buen comer, los que nos insinúan el amor por el dinero, y los que nos estimulan a buscar la gloria que proviene de los hombres. Todos los demás vienen detrás de éstos y reciben a los que han sido heridos por ellos.
Efectivamente, es poco probable que se caiga en manos del espíritu de la fornicación si no se cayó antes por gula. Y no hay quien, habiendo sido turbado por la ira, no se haya previamente encendido por los placeres de la buena mesa, por las riquezas o por la gloria.
Efectivamente, es poco probable que se caiga en manos del espíritu de la fornicación si no se cayó antes por gula. Y no hay quien, habiendo sido turbado por la ira, no se haya previamente encendido por los placeres de la buena mesa, por las riquezas o por la gloria.
Y no hay modo de huir del demonio de la tristeza, si no se soporta la privación de todas estas cosas. Así como nadie puede huir del orgullo, primera camada del diablo; si no se ha erradicado antes la raíz de todos los males, que es el amor por el dinero, si es verdad, como dice Salomón, que la indigencia hace al hombre humilde (Pr 10:4).
En breve: no sucede que el hombre tropiece con el Demonio, si antes no ha sido herido por esos tres males principales. Y también delante del Salvador, el Diablo antepuso estos tres pensamientos: primeramente exhortándolo a convertir las piedras en panes, luego prometiéndole el mundo si se postraba a sus pies, adorándolo, y como tercera cosa, lo tienta con la posibilidad de que la gloria lo cubriría si, cayendo de las almenas del templo, los ángeles lo recogen y lo salvan, como Hijo de Dios que es. Pero nuestro Señor, mostrándose superior a todo esto, ordenó al Diablo que se alejara de Él, enseñándonos así que no es posible rechazar al Diablo si no se desprecian estos tres pensamientos.
Todos los pensamientos demoníacos introducen en el alma conceptos relativos a objetos sensibles, y el intelecto, compenetrándose de ellos, imprime en sí mismo las formas de esos objetos.
En breve: no sucede que el hombre tropiece con el Demonio, si antes no ha sido herido por esos tres males principales. Y también delante del Salvador, el Diablo antepuso estos tres pensamientos: primeramente exhortándolo a convertir las piedras en panes, luego prometiéndole el mundo si se postraba a sus pies, adorándolo, y como tercera cosa, lo tienta con la posibilidad de que la gloria lo cubriría si, cayendo de las almenas del templo, los ángeles lo recogen y lo salvan, como Hijo de Dios que es. Pero nuestro Señor, mostrándose superior a todo esto, ordenó al Diablo que se alejara de Él, enseñándonos así que no es posible rechazar al Diablo si no se desprecian estos tres pensamientos.
Todos los pensamientos demoníacos introducen en el alma conceptos relativos a objetos sensibles, y el intelecto, compenetrándose de ellos, imprime en sí mismo las formas de esos objetos.
El alma reconoce, entonces, al demonio que se asocia al objeto mismo. Por ejemplo: si en mi mente se presenta la fisonomía de quien me ha agraviado u ofendido, es evidente que surgirán en mí pensamientos de rencor.
Si surgiera el recuerdo de las riquezas o de la gloria, recordaré claramente por el objeto, cuál es el motivo de mi angustia.
Lo mismo sucede con los otros pensamientos: por el objeto descubrirás quién es el que viene a insinuarlos.
Sin embargo, no quiero decir que todo recuerdo de tales objetos provenga de los demonios. Porque es el intelecto mismo, accionado por el hombre, el que produce las imágenes de los acontecimientos. Provienen de los demonios aquellos recuerdos que suscitan la ira o la concupiscencia contra natura.
Con motivo de la turbación que causan estas potencias, el intelecto, mediante el pensamiento, comete adulterios y se embarca en guerras, porque no puede acoger la imagen de Dios, su legislador.
Con motivo de la turbación que causan estas potencias, el intelecto, mediante el pensamiento, comete adulterios y se embarca en guerras, porque no puede acoger la imagen de Dios, su legislador.
En efecto, esa luminosidad se manifiesta al principio fundamental del alma en el tiempo de la plegaria, en la medida en que ésta se despoje de los conceptos relativos a los objetos.
El hombre no puede rechazar los recuerdos pasionales si no presta atención a la concupiscencia y a la cólera, disipando a la primera con ayunos, velando y durmiendo en el suelo, y calmando a la segunda con actos de soportación, de paciencia, de perdón y de misericordia.
El hombre no puede rechazar los recuerdos pasionales si no presta atención a la concupiscencia y a la cólera, disipando a la primera con ayunos, velando y durmiendo en el suelo, y calmando a la segunda con actos de soportación, de paciencia, de perdón y de misericordia.
De las pasiones antedichas surgen casi todos los pensamientos demoníacos que empujan al intelecto a la ruina y a la perdición.
Pero es imposible superar estas pasiones si no se desprecian totalmente los manjares, las riquezas y la gloria y aun el propio cuerpo, con motivo de aquellos pensamientos que tan a menudo lo flagelan.
Es absolutamente necesario, pues, imitar a aquellos que se encuentran en el mar, en peligro, y que echan por la borda los aparejos a causa de la violencia de los vientos y de las olas.
Pero llegados a este punto, debemos guardarnos de desprendernos de los aparejos para ser mirados por los hombres, o habremos ya recibido nuestra merced, ya que otro naufragio más terrible que el primero nos afligirá, y entonces soplará el viento contrario, el del demonio de la vanagloria.
Por tanto, también el Señor nuestro de los Evangelios, impulsando a nuestro intelecto que es el capitán del barco, nos dice: Mirad que no hagáis vuestra justicia delante de los hombres, para ser visto por ellos: de otra manera no tendréis merced de vuestro Padre que está en los Cielos (Mt 6:1).
Y dice además: Y cuando recéis, no seáis como los hipócritas; porque ellos gustan de orar en las sinagogas y en los cantones de las calles, de pie para ser vistos por los hombres: por cierto os digo, que ya tienen su pago (Mt 6:5-16).
Pero en este punto debemos prestar atención al médico de las almas y observar como él cura la cólera con la limosna, y con la oración purifica el intelecto, y aún mas, diseca con el ayuno la concupiscencia: de este modo surge el nuevo Adán, quien se renueva a imagen de Aquel que lo ha creado, en el cual no existe – con motivo de la impasibilidad – ni macho ni hembra, y – basados en la única fe – ni griego ni judío, ni circunciso ni incircunciso, ni bárbaro ni escita, ni esclavo ni liberto, sino que todo está en Cristo.
Pero en este punto debemos prestar atención al médico de las almas y observar como él cura la cólera con la limosna, y con la oración purifica el intelecto, y aún mas, diseca con el ayuno la concupiscencia: de este modo surge el nuevo Adán, quien se renueva a imagen de Aquel que lo ha creado, en el cual no existe – con motivo de la impasibilidad – ni macho ni hembra, y – basados en la única fe – ni griego ni judío, ni circunciso ni incircunciso, ni bárbaro ni escita, ni esclavo ni liberto, sino que todo está en Cristo.
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